< el tren de los momentos: El refugio secreto de Alejandro

el tren de los momentos

27 noviembre, 2006

El refugio secreto de Alejandro


Nos acercamos a Miami para conocer de cerca al músico que nos enamora con sus canciones. Es guapo, listo y divertido. ¿Me lo pone para llevar?

Si te dejaran sola media hora en el salón de la casa de Alejandro Sanz en Miami, ¿qué harías? Desde luego que inspeccionar sin ser descubierta. Así encontrarías fotos de su hija Manuela, un dibujo de Picasso, instrumentos musicales exóticos, algún libro de paisajes, un Pictionary, un Scrabble y una infinidad de velas de todos los tamaños. Pero misión imposible, empieza a aparecer gente: su mánager, su hermano, el empresario Pepe Barroso, cocineros de un catering para una cena en el porche, su asistente personal, el perro... ¿Demasiado jaleo para un compositor? Subimos a su estudio y le encontramos descalzo, tocando la guitarra en su sofá e inmerso en su burbuja. La nostalgia está en el aire, en las canciones de El tren de los momentos (Warner), y también impresa en la popa sus barcos: Taranta y Bulería.

¿Esta casa está siempre llena de gente?
que a mí me gusta tener amigos cerca. Mi casa se va a convertir en la embajada musical española, y casi del tenis, porque ya han pasado varios deportistas por mi pista, el otro día estuve jugando con Carlos Moyà. Voy a acabar haciendo el Sanz Open de Tenis.

Y con tanto movimiento alrededor, ¿necesitas buscar un poco de soledad?
No la busco porque la llevo dentro. Es una cosa muy necesaria para mí, para mi forma de trabajar. He grabado casi todo el disco en el estudio de mi casa, El Coraje Estudio, porque ya no soporto los estudios de grabación. Son lugares sórdidos que parecen una sala de torturas más que un sitio donde se vaya a hacer arte, y además tienes que estar mucho tiempo parado. Aprendí el trabajo de los técnicos porque no aguanto la espera.

¿Cuál es tu refugio, aparte del estudio?
Un faro que está a cuatro millas de mi casa, al que sólo puedes llegar en bote, en donde nunca encuentro a nadie. Me encanta pensar que allí, aunque me busquen, nunca me encontrarán. Es mi lugar para meditar, para leer y para reflexionar. Me subo para estar aun más lejos de todo, y me pierdo entre atardeceres maravillosos. ¡Quién diría que existe algo así en esta ciudad!
¿Es cierto que has improvisado todas las letras de este disco a partir de las melodías? Exacto! Pero incluso sin la melodía. Yo lo que hacía era crear un patrón de batería, y sobre eso improvisaba. Lo mejor de todo es que no he tenido que adornar ninguna frase, me he limitado a traducir lo que mi subconsciente o mi corazón susurraban.

¿Y no miente el subconsciente?
Pues la verdad es que no lo sé, pero todavía no le he pillado ninguna mentira (risas).

Parecen unas letras muy sinceras.
Lo son, porque han salido directas de mi alma al micrófono, y lo que ocurre es que el público cree que conoce mi vida desde hace años. Cuando escuchas una canción de un artista del que no sabes nada, la terminas de componer tú al ponerte en la piel del que canta a partir de lo que dice. En mi caso, que mediatizan tanto mi vida y todo el mundo cree saber mucho de mí, cuando se oye un tema mío piensan que se refiere a mi vida. Yo no escribo canciones para que me conozcan a mí, sino para que se conozcan los que las escuchan o para que no los devore el silencio.

Tu hija, con cinco años, ya está metida en la música y estudia violín, ¿tocáis juntos?
Sí, y ha tocado en uno de los temas, Se molestan. Manuela es como Paganini, es muy temperamental para lo pequeña que es. Muchas veces tocamos juntos. Aunque viva con su madre al otro lado del charco, cojo muchos aviones, hablamos por teléfono todos los días y nos contamos nuestros secretos.

¿A ti te gusta viajar en tren?
Y con tanto movimiento alrededor, ¿necesitas buscar un poco de soledad? No la busco porque la llevo dentro. Es una cosa muy necesaria para mí, para mi forma de trabajar. He grabado casi todo el disco en el estudio de mi casa, El Coraje Estudio, porque ya no soporto los estudios de grabación. Son lugares sórdidos que parecen una sala de torturas más que un sitio donde se vaya a hacer arte, y además tienes que estar mucho tiempo parado. Aprendí el trabajo de los técnicos porque no aguanto la espera.

¿Es cierto que has improvisado todas las letras de este disco a partir de las melodías?
Exacto! Pero incluso sin la melodía. Yo lo que hacía era crear un patrón de batería, y sobre eso improvisaba. Lo mejor de todo es que no he tenido que adornar ninguna frase, me he limitado a traducir lo que mi subconsciente o mi corazón susurraban.

¿Qué te hace dar un golpe en la mesa?
Pues con la mano derecha ya nada, porque una vez me la partí haciendo eso. Pero con la izquierda te diría que la política, pero hacerlo es absurdo, por lo que prefiero reflexionar sobre cosas más cotidianas, de cómo nos cambia la risa, el andar o una caricia.

¿En qué notas el paso del tiempo?
Así como sí estoy cabreado con Dios por lo que sucede en este planeta, el paso del tiempo no me molesta. Voy a cumplir 38 años y esto no me afecta. Lo acepto con mucha naturalidad y mucha calma. Cuando tenía 15 años pensaba que nunca diría que estaba por cumplir 38.

¿De quién aprendes más, de los mayores como Paco de Lucía, o de los niños, como tu hija?
De los mayores políticos aprendo muy poco, pero de Paco, aprendo de su genialidad, del cariño que desprende y de su experiencia, ¡cómo no aprender de un maestro!

¿Y Manuela, qué te enseña?
Ella me descubrió una parte de mi alma que no conocía, una forma de querer muy fuerte. Quizás por eso luego comparo las formas de querer y no encuentro nada que se asemeje. Todo me parece superficial. Ni el amor que ha sobrevivido años, ni cualquiera de los primeros que duraban tres semanas y media tienen comparación con el amor hacia mi hija.

¿Qué te da Miami que no te ofrezca España?
Como en todas las ciudades, lo verdaderamente importante es saber diferenciar entre el mar y la playa, y yo he aprendido a hacerlo. Aquí tengo toda la tranquilidad, pero si quiero petardeo también lo encuentro; en la casa de al lado vive Lenny Kravitz y enfrente Anna Kurnikova.

¿Y no la has invitado a jugar en tu casa?
No tiene lo que hay que tener para enfrentarse conmigo. Para jugar conmigo, por lo menos, hay que estar a mi nivel (risas).

En el disco se repite mucho la palabra «coraje», ¿lo has necesitado mucho?
Se dice corahhe –me corrige forzando un acento gaditano– y es una buena herramienta. Una de las canciones dice «no me quites el coraje», hazme lo que sea pero déjame que me enfrente al problema. Odio la compasión, me encrespa que digan de mí: «pobrecito, se ha separado...», que nadie diga eso porque me pongo serio y me rompo el puño izquierdo. No me gusta la debilidad, y ante ella la valentía sirve para enfrentarse a cualquier cosa. Si algo estuvo mal, ¿qué vas a hacer?, ¿echarte a llorar encima del problema? Pues yo cojo el problema y le hago un nudo.

¿Qué significa Shakira para ti? Porque volvéis a hacer un dueto.
Es algo más que mi hermana. Le digo a su novio, Antonio, que tenemos que hacer un trío, pero de los de verdad, y se ríe. Es una relación que se basa en la admiración, donde muchas veces estorban las palabras. Así se rigen muchas amistades y muchos amores.

¿Será Paco de Lucía el que te haga subir al tren de un disco flamenco?
Estoy haciendo algo con él, pero es aparte. Hemos empezado una bulería que nos la estamos tomando con mucha calma, y cada vez que nos vemos hacemos un poquito… pero es que el flamenco es toda una vida. Luis Miguel me contó que le encantaba Antonio Molina, y le dije que eso no era flamenco, así que le mandé una colección entera de Marchena, Fernanda y Bernarda de Utrera, Lole y Manuel, Camarón, Paco de Lucía… vamos, lo que es el flamenco.

Pero es que fuera de España se vuelven locos por el flamenco sin saber demasiado, ¿no?
He visto de todo. En Los Ángeles, vi a un tipo más americano que los donuts que se había comprado una camisa bombacha rosa palo, y tomando té en el escenario contaba que conoció a un bailaor en España llamado Paco de Lucía. Pero lo más gracioso es escuchar a un japonés arrancarse por bulerías: «Compañelita mía...» (entona Alejandro entre bromas). «Otla vez aloz».

(Por Almudena Ávalos. Fotos: Jaume Delaiguana. Reportaje completo en la edición impresa ELLE nº 242 ) Revista Elle